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De esta manera le acontecio a Buho Rojo (I)

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Rufina-Tomoyo's avatar
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Muchos años más tarde, cuando cortaba los enjoyados dedos del cadáver aún tibio de la reina de Danibaá, el victorioso Búho Rojo recordó a su padre. Aquél a quien llamaban Pie Torcido.

Muy lejos de ahí, ellos habían trabajado terrenos que no eran suyos, entre los lindes de lo salvaje y lo civilizado; entre la voracidad insaciable del desierto y la exuberancia verde de los bosques. En aquella encrucijada, aquél lugar tan lejano ahora le vino en suerte nacer en un día Nueve Pedernal.

Cuando vino al mundo, le cortaron con un hilo nuevo de algodón el cordón umbilical, para enterrarlo en el campo. A su lado, le pusieron las azadas de madera con las que cultivaría la tierra, como habían hecho los suyos con una constancia y designio de siglos. Su existencia sería áspera, como los cerros pelados que rodeaban su vivienda, un enclave remoto en la zona noreste del País Bermejo.

Así le llamaban a aquella tierra, porque entre esas peñas y barrancos que resucitaban en los veranos húmedos, entre sus pliegues amarillos y cielos azules, residía el secreto para obtener un polvo rojo maravilloso, preciado por todos.

El padre de Búho Rojo era quien alteraba las nopaleras para tal fin. Con sus propias manos, curtidas y callosas, él tallaba en madera las casas de los pequeños fabricantes de tinte. Eran insectos pequeños, gordos, en forma de disco y del color de la luna. Las hembras transformaban el verde de las plantas globulosas y erizadas de espinas en aquél bello color encarnado al contacto con el agua hirviendo.

Sin embargo, aquél paciente y delicado trabajo sólo podía hacerse durante una corta temporada.  El resto del año, él se buscaba la vida como agricultor itinerante, llegando ahí donde hicieran falta un par de brazos fuertes, y donde pudiera compensar su lentitud con su pericia.

Desde que pudo andar, Búho Rojo recibió su nombre y se dedicó a trabajar con su padre. Primero cargó los aperos de labranza, y después aprendió a usarlos de milpa en milpa. Así creció.

El mundo que así se le revelaba al joven Búho Rojo era de contrastes asombrosos, violentos e insalvables. Había verdes valles bajo el manto protector de ríos y canales, así como tierras marrones y plomizas donde los conejos salvajes mordisqueaban brezos marchitos. Había aldeas ubicadas precariamente en laderas empinadas y pequeñas ciudades ordenadas en una cuadrícula perfecta. Había sitios tan silenciosos que hasta el eco de sus gritos se perdía en el vacío, y lugares donde el estruendo del agua impedía oír los pensamientos. Pero ninguna diferencia era tan dramática, terrible y real como la que había en la gente con la que se topaba.

Había muchos como él y su padre. Hombres y mujeres que se vestían con las blancas y duras fibras del maguey, que se habían perforado los lóbulos de las orejas con huesos y cañas ordinarias. Aquellos a los que un amplio manto blanco anudado al hombro les servía de cobija, cubierta y cesta de carga.

Otros más, eran muy diferentes. Pocas veces podía verlos, pero estas eran siempre ocasiones especiales. Estos otros llevaban vestidos multicolores tejidos de algodón. Sus caras y manos brillaban con joyas verdes y blancas. Se cubrían la cabeza con plumas vistosas. Todos se inclinaban ante ellos y siempre se daban una gran importancia. Búho Rojo quiso saber por qué eran tan diferentes a él.

-Son nobles, hijo- le explicaba su padre. –Y nosotros somos hombres comunes-. Así como los paisajes se agrupaban en opuestos, lo mismo ocurría con las personas. Contrarios eran sus destinos y posibilidades también. Aquellas trayectorias rara vez se cruzaban como no fuera para pagar tributo o las levas.

Si seguía el camino de su padre y de su abuelo, probablemente se dedicaría a trabajar la tierra o algún otro oficio manual. Iría a la escuela de los pobres a aprenderlo. Se uniría a una comunidad, tendría una esposa e hijos; viviría hasta confundirse con la tierra nuevamente. Una parte del fruto de su trabajo iría a las manos de aquellos personajes encumbrados, que no sabían de cultivos, ni del clima caprichoso, ni de los animales silvestres, ni del sudor frío, ni de la pena amarga, ni del hambre terrible.

Los nobles por su parte, aprendían canto y música, el arte de la guerra, los secretos de los calendarios y los múltiples dioses en colegios de las grandes ciudades. Recibían el derecho a portar joyas de jade y oro. A ellos les pertenecían los regalos obtenidos en tierras lejanas. Fumaban contentos y bebían chocolate; para ellos eran los mejores placeres. Los puestos de gobierno, las decisiones, el poder en suma, quedaban en manos de aquellos cuantos selectos.

Desde aquél día, Búho Rojo quiso cambiar todo aquello, o por lo menos conseguir aquél poder para sí. Su padre lo detuvo en seco cuando empezaba a acariciar dichos sueños de lo que creía era la grandeza.

-Hijo – le regañó- ese sueño es posible. Pero sólo tienes un camino. Fue el camino que me estropeó el pie y que casi me cuesta la vida-.

Señaló su propio pie derecho, arrugado y casi inútil por una herida de años. -Porque los hombres comunes como somos nosotros sólo podemos ser nobles por medio de las grandes hazañas de guerra. Por cada uno que lo intenta y logra, muchos quedan en el camino. Y si al fin lograras tu objetivo, ellos no te aceptarán como uno de los suyos jamás. Quiero desengañarte ahora para que no tengas que lamentarlo después-.

Búho Rojo, ahora joven y con el ánimo llameante le contestó – Sé que temes que muera. Pero ¿tiene algún sentido vivir una existencia así? Siempre arrodillados, siempre paupérrimos. Algún día las cosas cambiarán si lo intentamos. Si llego a ser noble tendré el poder para cambiarlo todo- se juraba.

La paciencia de Pie Torcido llegó pronto a su límite con su testarudo hijo. Él como padre ya había cumplido. Todo lo demás dependería de Búho Rojo. Lo dejó tomar su propio camino, pero no le auxilió ni le deseó suerte.

Se separaron para no encontrarse nunca más, ni en persona ni con el pensamiento. Hasta aquella tarde en la que la fortuna le sonrió a Búho Rojo, ahora el amo de la gran ciudad de Danibaá.

-Desearía que me vieras ahora, padre- pensó.
(Story in Spanish)
© 2013 - 2024 Rufina-Tomoyo
Comments6
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Lily-de-Wakabayashi's avatar
Mmmmm, ¿será que él quería cambiar las cosas "para todos" o sólo para sí mismo, como le sucede a tantos?

¿Búho Rojo era un nómada o sólo alguien no-noble? Me da la impresión de que es lo primero, pero creo que me equivoco.