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Desavenencia entre hermanos

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Rufina-Tomoyo's avatar
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La llamó ramera. La escupió en el rostro. La golpeó hasta que los anillos de las manos se le marcaron en los dedos. Luego, la sumió en el tormento que había concebido para ella. Lo pagaría caro, porque nadie se burla de una reina. Pero no se quedó a verlo;  tenía obligaciones más importantes.

La reina era también sacerdotisa y era su deber cumplir con los ritos religiosos. Ante todo, debía dar gracias a sus exigentes dioses. Le habían concedido la victoria y un gran tesoro en forma de piezas de jade. Deseosa de compartir su prosperidad, repartió maíz y frijol entre la gente del País de las Nubes. Todos honrarían al Sol y a la Luna, iniciando por sus descendientes en el poder.

Estaban los dos sentados en una silla hecha de junco, traída para tal fin hasta lo que era la plaza principal de Danibaá. Casi igual que en el día de la coronación de ella, acontecida cuatro años antes. Pero mucho había cambiado desde entonces. Nada sería igual entre ellos.

Flor de Ámbar estaba decepcionada de él. Le había dolido como pocas cosas le significaron jamás. Su hermano, su otra mitad; y era como los demás después de todo. Tal vez desde siempre había querido lastimarla. Pero de aquello no habló; sólo le dijo al respecto de lo que iba a ocurrir:

- Nuestros ancestros celestes nos sonríen. Será también una fiesta como no la ha habido en Danibaá- dijo ella, chocando los anillos de piedra amarilla entre sus dedos. Se había sobrepuesto al mal humor para dirigir todo.

Él no le respondió, sentado con ella bajo el parasol de pluma verde. Había estado muy triste desde que volviera de la guerra en el sur. Y ella lo había hecho aún más miserable. Justo cuando pensaba que era la más interesada en su felicidad.

En verdad lo había ayudado tan pronto estuvo en su mano, tratando de borrar los años de desdén y congoja a la sombra del trono. Así lo quiso Flor de Ámbar, y compartieron sus temores y alegrías cotidianas. Mucho le dio; más de lo que merecía a veces, pero eso no bastó.

Ocho Venado se desengañó cuando Flor de Ámbar lo despojara de la más bella prenda, y lo dejara desnudo otra vez. Nada decía, pero aún albergaba la esperanza que su hermana recapacitara. Lo que no ocurrió y abrió una grieta en lo que hasta entonces parecía una sola voz y un solo rostro. Aquello amargaría sus días venideros.

Con mucho, los mellizos no eran los más desdichados entre los presentes.

Ocho Venado los vio desde su sitio con compasión. Flor de Ámbar los miraba indiferente. Eran hombre, mujeres y niños atados en una larga hilera.  Muchos de ellos habían sido alguna vez importantes en su tierra. Los habían vestido con ropa de papel, una burla que remedaba los lujos que habían usado hasta entonces. Los lóbulos de las orejas les colgaban como tiras deformes, mostrando los huecos que llenaban antes el oro y el jade.

Eran muchos, pero estaban empequeñecidos por la magnitud de los edificios que lo rodeaban. Estaban en Danibaá, la cabeza y corazón del imperio que les quitó señor, tierras y riquezas.  Pero Flor de Ámbar quería más de ellos.

La reina comprobó que todo había sido dispuesto a su gusto. Entonces una trompeta de caracol resonó y todos los presentes se inclinaron respetuosamente o fueron lanzados al suelo. La reina habló con voz clara y profunda:

-Lloremos por nuestros hijos caídos, Pueblo de las Nubes. Pero celebremos su destino glorioso. El Sol y la Luna los reciban con júbilo. Reciban ellos el agua preciosa y nosotros sus dones de vida.  

Luego se dirigió ella a sus prisioneros. Les habían dado caracolas, trompetas y silbatos. Ellos serían los protagonistas de lo que estaba por venir.

-Es una fiesta en honor al Sol y la Luna. Deben bailar –ordenó ella simplemente.

A su señal, inició la música. El estruendo era impresionante, y no había nadie en Danibaá que no supiera que algo grande había pasado. El ruido se quedó grabado en las mentes y los oídos de los presentes. El gran tambor de cuero de serpiente palpitaba como un enorme corazón, y los silbatos con forma de cráneos semejaban el viento y los dardos lanzados en batalla.

Obligados por las puntas agudas de sus captores, los prisioneros empezaron a moverse en una danza agónica. Sus figuras retorcidas quedarían plasmadas en las piedras que Flor de Ámbar mandara tallar y pintar. Para que no se olvidara la afrenta del País del Jade, y que contra el País de las Nubes no se puede vencer.

La reina contemplaba lentamente su obra. El estruendo provocado era el eco de lo que pasaba en su propia mente. Había que repartir muchos castigos.

-No la busques, no está entre ellos- le dijo Flor de Ámbar a su hermano, quien con la mirada recorría a la aterrada multitud.

-Por favor- decía mientras la súplica se atoraba en su garganta.

-No- dijo la reina apretando los dientes y moviendo la cabeza. –Ya te dije; no lo hagas más difícil.

Aquello duró tres días con sus noches. Los guardias a su alrededor se turnaban para no dejarlos descansar ni un instante Al que caía lo obligaban a levantarse, o la propia Flor de Ámbar iba y con un cuchillo les cortaba la garganta con un solo corte. Hasta que la extenuación y las calculadas cuchilladas fueron acabando con los cuatrocientos setenta y siete prisioneros, salvo una. El piso del Templo Amarillo estaba resbaloso y ennegrecido de sangre.

-Casi completo. Sólo falta algo más- se dijo para sí la reina, con los dedos enrojecidos.

En un aposento privado, Flor de Ámbar en persona ejecutó a la odiada princesa del País del Jade. La odiaba como a nadie más odió; como la única persona que le había quitado algo desde que fuera reina. Y a pesar de ello, la lloró largamente mientras contemplaba su cadáver maltrecho. Había algo en ella que desató su llanto como no lo hiciera otro dolor.

Reconocía –muy a su pesar- que en ella había belleza. A pesar de los cardenales y raspones que cubrían su cuerpo, y la mordedura roja de la cuerda en su cuello.  Su pelo trenzado y teñido en azul era suave como el pelo de conejo. Así lo conservó, pues con este le había dado fin.

De sus huesos y dientes mandó hacer joyas, blancas y delicadas como no había en el mundo. Algunas las portó orgullosa desde entonces; otras fueron enviadas como regalo y advertencia a vasallos de cuantía, y aún a los páramos del norte y los reinos libres de más allá del mar.

Así acabó el País del Jade, en el año 12 Casa. Nunca volvieron a tener mando, fueron quebrados para siempre. Se había cumplido la voluntad de 7 Muerte Flor de Ámbar, reina del País de las Nubes.

-Nadie más se atreverá a desobedecer. Nadie- sentenció la reina. Así declaró la dueña de toda la tierra rodeada por el infinito mar de aguas saladas.

El sol empezaba a salir por el este, teñido en rojo. Ella misma estaba agotada por todo lo que había vivido. Antes de retirarse, susurró levemente a su hermano.

–Aunque me odies por esto, yo te seguiré queriendo.
© 2014 - 2024 Rufina-Tomoyo
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Jomir's avatar

Nunca le causes celos a una mujer!

"si no bailan los mato!" literalmente, sí que se volvió un demonio en este episodio, creo que Ocho Venado no se movió por miedo más que por resignación