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El Retorno de Buho Rojo (I)

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Rufina-Tomoyo's avatar
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- Esto no es más que una aldea con aires de grandeza. Yo mismo la hubiera trazado mejor- dijo Máscara de Agua en cuanto notó que estaban extraviados otra vez en el laberinto de chozas.

-Supongo que algún día harás una ciudad a tu gusto- le dijo Búho Rojo con sorna, aunque también lo comprendió.  Ambos venían de lugares de calles amplias y rectas, bien orientadas por las luces del cielo. En cambio, en ese lugar primaba un ondulamiento orgánico de las casas sobre la llanura, más familiar para su compañero Mano de Obsidiana.

–La gente de Tamohi es malhecha para construir. Y para muchas otras cosas- señaló despectivamente.  -Sin embargo, siguen siendo aliados del País Bermejo, y los que hablan en el nombre de los Cinco siempre serán tratados con respeto- le confió a sus dos acompañantes. Sin embargo, Búho Rojo ignoraba las muchas cosas que habían ocurrido desde su larga ausencia.

Lejos de ellos, en el País de las Nubes, Flor de Ámbar había llegado al cenit de su poder. Había obtenido sin apenas luchar el trono del país de la Cabeza de Serpiente, y por tanto el dominio de las costas de la inmensidad de la tierra. Más allá, había otros pequeños países a los que empezaba a hostigar. Muchos de ellos pedirían la paz, y los que se resistieran no podrían durar mucho en pie de guerra.

Sólo era cuestión de tiempo para que dirigiera de nuevo su atención hacia el este del mundo. Durante muchos años antes que ella un equilibrio precario entre las dos potencias, el País de las Nubes y el País Bermejo, estancó toda posibilidad de ataque por la frontera común. Con el reino de la Cabeza de Serpiente bajo su mando, todo cambiaba. Porque las guerras que hacía el país recién conquistado se hacían al otro lado de un estrecho marino; y su gente, si bien había sido vencida en tierra, aún podría hacer la guerra por mar con gran fuerza para beneficio de su nueva ama. Por primera vez en su historia, el País de las Nubes tenía una flota y Flor de Ámbar tenía planes para usarla.

En los últimos días, los avistamientos de canoas extranjeras en la costa cercana a Tamohi se hicieron frecuentes. Muchas llevaban mercancía de baja calidad, pero prácticamente no vendían ni compraban nada. Hacían demasiadas preguntas y a la vez trataban de pasar inadvertidos.  Aquello despertó la suspicacia de Altolom, gobernante de la tierra; y sin perder tiempo emitió su orden entre su gente.

Máscara de Agua y Mano de Obsidiana estaban negociando infructuosamente con una mujer que les vendiera comida. Lo que parecía un malentendido era en verdad una trampa para retenerlos lo suficiente hasta que llegaran los soldados que los arrestaron.

Poco le sirvió a los dos protestar, y a Búho Rojo identificarse como viajero del País Bermejo. Al parecer todos los extranjeros en la ciudad, independientemente de su origen y filiación eran prendidos al instante para ser interrogados por el señor de ella.



Los llevaron a la choza más grande que había. Sus muros eran encalados, y la paja de su techo estaba trenzada y recortada de forma pulida; pero no tan diferente de las otras casas. El tamaño y la guardia de jóvenes armados con lanzas era lo único que daba indicio de que era habitación de un encumbrado personaje.

Abanicándose sobre una estera que cubría una plataforma de piedra, estaba el señor Altolom. Llevaba un gorro cónico de piel de jaguar con plumas verdes, la nariz horadada con un caracol y el cuerpo pintado de negro, sin otra ropa que un delgado ceñidor. Él era uno entre los muchos gobernantes de todas las poblaciones dispersas entre las fronteras orientales del País Bermejo y el mar donde el sol aparece. Pero el prestigio de la ciudad de Tamohi le daba una preminencia especial, y a menudo era el interlocutor entre todos los líderes de los pueblos del lugar y los Cinco del Consejo del País Bermejo.

- En nombre de los Cinco del País Bermejo, le deseamos salud y larga vida al gran gobernante de Tamohi- saludó Búho Rojo según una fórmula de cortesía ancestral. En su interior, sentía hervir su sangre por lo que consideraba un atropello y grave afrenta.

- Pasen a esta humilde morada, viajeros y sean bienvenidos- respondió el señor Altolom, con una hospitalidad más de palabras que de hecho. Estaba harto de las caras desconocidas y los males que venían de fuera.

Últimamente había tenido demasiados problemas con los fuereños que venían en mayor cantidad que nunca. Y el saludo de Búho Rojo le había causado sospecha, pues responsabilizaba al Consejo de los Cinco de lo que pudiera pasar. Para Altolom, ellos tenían la culpa de todo lo malo que pasaba en sus dominios. Algún fundamento tenía, hay que decir; pues ya en el pasado los Cinco del País Bermejo habían quitado y puesto gobernantes en Tamohi a su arbitrio. Pero basta señalar que lo menos que deseaba era tener a alguien vinculado a ellos en esos momentos llenos de inquietud.

Búho Rojo, ignorante de aquello, decidió hacer uso de su pretendida influencia, y con bastante educación pero con insistencia, le pidió que los dejara ir:

- ¿Por ventura, señor de la hermosa tierra siempre verde, ha olvidado la amistad que existe entre nuestros pueblos? ¿Acaso un embajador del País Bermejo ya  no es bien recibido en Tamohi y debe ser tratado como prisionero? ¿Qué ofensa se le ha hecho para que no pueda uno viajar por tierras de un aliado?-  continuó Búho Rojo.

-A su tiempo se aclarará todo, señor embajador- dijo el gobernante, mientras veía con desdén su ropa desgastada y la zalea escasa y rala que lo envolvía. Por su pobreza no parecía enviado de los Cinco, aunque su lenguaje refinado apoyaba la idea de que era verdad.

Búho Rojo casi gruñó. Si bien había sido quien decía ser, no tenía idea de que estaba pasando en su propia patria, que no había visto en muchos meses. No tenía emblema o mando alguno. Lo más probable es que lo hubieran dado por muerto.



Durante una época, Búho Rojo había traído y llevado los mensajes de los Cinco del Consejo a muchos rumbos. Había estado ya en el País de las Nubes, y en la región de Tamohi. En todas partes sido recibido con honores, pues despreciarlo era ofender al propio País Bermejo. En tiempos no muy lejanos, el propio Altolom hubiera temblado ante su sola presencia: flanqueado por los poderosos guerreros que servían a los Cinco, o siquiera llevando el estandarte del País Bermejo consigo.

Sin embargo el destino había transformado a Búho Rojo en fugitivo de la noche a la mañana. Acosado por los guerreros de Flor de Ámbar, su frenética huida lo había llevado a sitios desconocidos y salvajes, peligrosos y a la vez llenos de prodigios. En poco más de un año había visto más cosas que un hombre común en su vida. Mil penurias lo agobiaron a él y a sus dos compañeros hasta que pudieron retomar la ruta de un camino que se prolongaba demasiado.

Y ahí estaban, detenidos por la voluntad de una sola persona que podía disponer de ellos como quisiera. Por más irritante que fuera, no podían exponerse a la ira de Altolom. Si Búho Rojo no hubiera sido tan calculador como era, aquella discusión apenas maquillada por los formalismos hubiera llevado a la lucha directa, una que no podrían ganar él y sus dos compañeros.

Pero el joven Máscara de Agua decidió intervenir, harto de ver que su compañero no obtenía resultados. El idioma de Tamohi era suficientemente parecido al suyo propio. Y él conocía bastante bien el terreno resbaloso de la política. Se sintió con derecho a interenir:

-Señor de la hermosa tierra siempre verde- carraspeó Máscara de Agua. – Quiero pedir disculpas en nombre de mi compañero. Hemos sufrido muchas adversidades sin cuento, asaltados por los bandoleros que asolan los caminos…

Búho Rojo se quedó mirando con furia a su acompañante. Aquella intervención no pedida molestó aún más a Altolom: la afirmación lo ofendió. Si las rutas eran inseguras era por culpa de los demás gobernantes que no se sabían estar quietos en los límites que en tiempo inmemorial habían sido establecidos por designio divino. El gobernante de Tamohi se creía quien mejor había merecido su mando bajo el Sol del Movimiento, manteniendo el orden en su propia tierra. Y de la nada llegaba un don nadie a desdecirlo.

-¿Y tú quién eres? –señaló, olvidando todo rastro de cortesía fingida, escudriñándolo de arriba a abajo. Máscara de Agua vestía pobremente como el otro, pero su porte y las marcas que llevaba en el rostro le había hecho adivinar a un personaje noble; tal vez un príncipe caído en desgracia o un noble exiliado.

Por casualidad o alguna revelación, las conjeturas de Altolom eran muy exactas. Pero no convenía revelarlo antes de tiempo. Máscara de Agua se percató de su error demasiado tarde. Para salvarse a sí mismo y a sus compañeros decidió mentir. Dijo lo primero que se le vino a la mente:

-Mi nombre es Ocho Venado.  Vengo en nombre del trono verde sobre las nubes y de su Gran Orador, Flor de Ámbar.
(Story in Spanish)
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Lily-de-Wakabayashi's avatar
¡Anda la osa! A Máscara de Agua no se le quita lo bruto, pues. A ver qué tal le sale la estrategia de hacerse pasar por el rival :XD:.

Y no sé si me perdí un poco en anteriores relatos, pero me llamó la atención el asunto de la flota de Flor de Ámbar. La canija sí que tenía todo previsto.

Por causas de fuerza mayor he andado un poco perdida con tus historias pero aunque sea tarde las leo.