literature

El viaje de Buho Rojo (I)

Deviation Actions

Rufina-Tomoyo's avatar
Published:
454 Views

Literature Text

Habían viajado de noche, orientados por el Eje del Cielo, hacia el norte. Máscara de Agua reclamaba que no debían alejarse demasiado de los lugares habitados. Pero Búho Rojo sabía que no podrían confiar en nadie, por lo menos hasta llegar a su País. Y quién sabe si ahí pudiera hacerlo.

El País Bermejo y sus aliados no estarían dispuestos a luchar abiertamente contra la poderosa reina Flor de Ámbar del País de las Nubes. Y entre ambos lugares había muchos vasallos y poderes menores, quienes no dudarían en congraciarse entregándole a la soberana a las cabezas de la fallida revuelta en uno de sus estados tributarios.

El tiempo vino a darle la razón a Búho Rojo, al emprender esa huida precipitada justo tras la derrota. Eligió adrede las rutas más salvajes y poco conocidas para buscar refugio. Esto le dio cierta tranquilidad; sin embargo, sabía que el riesgo era muy grande, y crecía conforme se internaban en lo desconocido. Avanzando poco a poco, con el pasar lento pero firme de los días, se encontraron en una región inhóspita, de la que ningún libro o cuento habló antes, y que pocos visitarían después.

Un puñado de audaces, casi todos habitantes del propio desierto,  había regresado con vida de esos lugares. Y se decía que nadie había vuelto tal y como había llegado, como si los espíritus se extraviaran en esta tierra extraña. En ella había sitios que hasta los nómadas mismos evitaban. Y sin saberlo, se estaban dirigiendo a uno de ellos.

El área era escasa en agua, pero la había y esto los había traído. La necesitaban angustiosamente. La hallaron en el fondo de una cañada y empezaron a beberla con avidez: sobre ella se lanzaron Búho Rojo, Serpiente Negra, Mano de Obsidiana y Máscara de Agua.  A pesar de que dos de sus compañeros habían caído durante una emboscada, dejaron toda precaución; así de ansiosos estaban por la promesa del agua. Con sus bocas y manos blancas de polvo bebieron el líquido azulado, asustando a los pocos peces que sobrevivían en la pequeña poza.

Sin embargo, su necesidad apremiante cedió a la razón cuando se saciaron y reconocieron poco a poco el sitio. La luz de la aurora les reveló que el lugar donde estaban era especial. Tan importante que manos desconocidas se tomaron la molestia de destacarlo entre la monotonía del páramo. Y a pesar de ello, no había huellas de fogatas ni ningún otro indicio de vida humana.

-Este lugar me da mala espina- dijo Búho Rojo por lo bajo, para que los otros no lo oyeran. Durante su juventud, a sus dos maestros había oído hablar entre susurros de lugares semejantes, pero nunca se imaginó ver uno con sus propios ojos.

Tanto él como los otros se asombraron mucho cuando el sol por fin se elevó, descubriendo todo. El muro natural de piedra que se erguía sobre el agua estaba cubierto de pinturas, desgastadas por el tiempo, pero aún reconocibles. Figuras antiguas en trazos rojos, blancos y negros, a las que el tiempo no había podido borrar del todo. Imágenes sagradas hasta para los hombres errantes de las fronteras, quienes no se habían atrevido a seguirlos hasta ahí.

El juego de luces y sombras del amanecer había infundido vida a las imágenes, que parecían moverse, mostrando de forma sencilla y poderosa el mensaje que los anónimos artistas querían dar. Los siglos habían pasado, pero todo había sido expresado con claridad y viveza evidentes.



-¿Recuerdan las leyendas?- manifestó con la voz Serpiente Negra lo que todos pensaban.

- Tamoanchan. El hogar que tuvieron los dioses de la lluvia sobre el mundo visible- susurró Máscara de Agua.  

Habiendo recibido él una esmerada educación en la corte del País de las Nubes mucho antes de la revuelta, era el único que conocía la historia completa.  Sin embargo, los otros también sabían algo de los relatos sobre el Sol de Agua: rumores inciertos de un pasado distante, pero tan fantástico que no se olvidó del todo y seguía vivo en los cuentos que los ancianos relataban para entretener a los pequeños.

-¿Será posible?- inquirió Mano de Obsidiana. En lo personal, pensaba que era demasiado irreal, quizá otro espejismo maldito en el desierto.

-¿Qué otra cosa puede ser?- respondió Máscara de Agua. –Todo está ahí.

La pintura rupestre remembraba algunos de aquellos hechos. Un tiempo lejano en el cual los dioses y los hombres vivían juntos. Hablaba de las épocas remotas en las cuales seres monstruosos recorrían la tierra, hasta que una gran tormenta venida del mar destruyó aquél mundo. Después, se cimentaría la nueva era, el Sol del Movimiento, pero muchos vestigios de la edad anterior permanecían ocultos en las sombras.

-Entonces… ¿las historias de antaño son ciertas?- preguntó Serpiente Negra, curioso como nunca.

-No hay manera de saberlo. Siempre hay algo que cambia cuando los relatos pasan de boca en boca- respondió Mano de Obsidiana.

-La historia está escrita en Danibaá, desde hace tiempo. Es tan real como la maldita Flor de Ámbar- refutó Máscara de Agua.

-Creo que más adelante podremos discutir la historia- reflexionó Búho Rojo. –Ahora tenemos otros pendientes. Para él no hacía mucha diferencia que hubiera pasado, le preocupaba más el porvenir.

Pero algo de verdad había en esa leyenda. Mucho tiempo antes que ellos, había habido una playa de suave pendiente en lo que ahora era desierto. La roca contenía fragmentos de conchas de aquellos días pretéritos. Y algo más, que encontraron cuando empezaron a buscar provisiones.

-¡Vengan aquí!- señaló Serpiente Negra –¡Hay huesos!

-¿Huesos?- preguntó Máscara de Agua. Sin embargo, aquella pregunta pasó a segundo plano cuando contempló el tamaño de aquél pedazo de osamenta que le señalaban.

Aflorando por la erosión, un fémur que era tan alto como el propio Máscara de Agua destacaba entre la roca. Dejaron lo que estaban haciendo para contemplar ese nuevo prodigio, tratando de asimilar lo que sus ojos veían con sus más profundas creencias y temores.

-Sí. Es un hueso. Pero uno demasiado viejo- dijo Mano de Obsidiana al ver detenidamente las vetas que surcaban la mole. Él había sido maestro tallador en los buenos tiempos. Se había especializado en el uso de hueso para fabricar herramental. Y sabía de lo que hablaba.

-Es como una piedra, más que un hueso- concluyó al tocarlo. Los demás no pudieron evitar un escalofrío al ver que lo hacía. Y tampoco evitaron suspirar de alivio al ver que nada ocurría.

-Entonces, el gigante al cuál perteneció- razonaba Serpiente Negra- murió hace mucho. No creo que veamos uno con vida.

-No me gustaría ver uno, ni siquiera muerto- dijo Máscara de Agua.

–¡Búho Rojo nos ha traído al fin del mundo!- clamó aterrorizado Serpiente Negra.

-Efectivamente, camarada- balbuceó el mismo en su estupor. – Nos he traído al fin del mundo.



Decidieron dejar aquél hueso en paz. En parte por temor, en parte porque ni los cuatro hubieran podido levantarlo o sacarlo siquiera de su matriz rocosa. Además tenían asuntos más urgentes. Los pocos peces que había en el agua eran escurridizos. Pocas aves llegaban al lugar a ponerse a tiro, y los abrojos que brotaban en las hendiduras no parecían buenos para comer.

-Los nómadas deben saber que este lugar no es bueno- pensó Búho Rojo.

- Este debe ser un sitio prohibido. De otra manera, ya nos hubieran acribillado a flechazos aquí- afirmó Máscara de Agua.

-Quizá nos estén esperando cerca, para matarnos por esta intromisión- se estremeció Serpiente Negra.

-No nos dejaremos sorprender. Ya conocemos a esos perros- dijo como si los desafiara ahí mismo Mano de Obsidiana.

Pero los ataques de los extraños ni los misterios de la tierra eran su mayor problema ahora, sino el sol ascendente. Las sombras se encogían, y quedarían expuestos a la ardiente luz. Debilitados como estaban, no durarían mucho tiempo.

Rápidamente, los cuatro se pusieron a buscar refugio. Máscara de Agua encontró un hueco que se abría profundamente y llegaba al corazón de la piedra pintada.

-No es bueno internarse en estas cuevas. Muchos infelices terminan atrapados y perecen de hambre y sed. Eso cuando la oscuridad perpetua no los vuelve locos antes- les dijo Búho Rojo.

-Tampoco es bueno quedarnos bajo el sol- vociferó Máscara de Agua.  Y ya no pudieron seguir discutiendo porque Serpiente Negra y Mano de Obsidiana se introdujeron prontamente al hueco. Máscara de Agua los siguió sin chistar y Búho Rojo no tuvo más remedio que seguirlos.

Todos estaban tan delgados que pudieron escurrirse sin problemas hasta un punto en el que el túnel de piedra se ensanchaba en una especie de cámara donde cierto resplandor llegaba a iluminar.

Las deyecciones de los murciélagos, blancuzcas y con un ligero hedor, hacían arder los ojos de los cuatro. Insectos blandos y blanquecinos se veían perturbados por su respiración. Acordaron quedarse ahí hasta que pasara el día para salir por el mismo camino.

Aquella cueva había resultado más misteriosa de lo que pensaron. Las charlas cesaron en un rato, como si algo conminara al silencio. Las sombras, los ruidos despertaban la imaginación, y el recuerdo de los tiempos pasados. Tiempos en los que los hombres no existían. Tantos y tantos años que la vida de un reino entero sería como un suspiro. Era un espacio que llamaba a la demencia.

Ahí los cuatro hombres se enfrentaron a sus peores miedos. Culpas pasadas, recuerdos amargos, temores. Recordaron que lo habían perdido todo y que estaban ahí únicamente por su voluntad; cualquier flaqueza significaría fenecer, como a sus compañeros les ocurrió. Estaban todos, pero a la vez les parecía que cada uno estaba solo.

Sin embargo, ninguno reveló a los demás lo que habían visto y sentido.

Dejaron aquellos lugares cuando Búho Rojo los conmino a seguir las huellas frescas dejadas por un coyote, que se alejaban del lugar.
Comments8
Join the community to add your comment. Already a deviant? Log In
Lily-de-Wakabayashi's avatar
Interesante tu manera de abordar el asunto de los Soles anteriores; me hubiera gustado conocer la historia completa, casi pude ver las pinturas moverse con el sol.

Seguro que si Búho Rojo busca el fin del mundo a propósito no da con él :XD: