Kiwichat

Cada año por la época de lluvias, después de un riguroso ayuno, una comitiva de trece sacerdotes va en peregrinación al Monte del Sustento y corta un tronco de los altos árboles que ahí crecen, dejando las ofrendas de los distintos pueblos del rumbo.

Tras pedir el permiso de la Señora del Monte, el árbol es derribado y arrastrado con cuerdas colina abajo. El tronco es trasladado a una plaza cercana, decorada para la ocasión, donde es despojado de sus ramas y se le levanta como poste.

Es entonces cuando finalmente llegan los Voladores. Estos son cinco hombres especialmente escogidos, que han sido entrenados para llevar a cabo el vuelo descendente desde el poste. Ataviados como aves, el capitán de ellos es también músico y el que dirige el rito. Es el primero que sube por el tronco, seguido por los cuatro voladores. Uno por cada punto cardinal, el capitán por el centro, se acomodan en el marco de madera de la punta.

Cuando están en posición, el capitán empieza a tocar su flauta y hace girar el marco. Con esta señal, los cuatro voladores se dejan caer boca abajo, sostenidos por el cable atado a su cintura que se desenrolla lentamente. Así trazan su camino en el aire.

Cada uno da trece vueltas antes de volver al suelo mientras el capitán sigue tocando. Con este ritual, se agradece a la Señora del Monte, mediadora entre los hombres y los otros dioses. Después, comienza una fiesta que celebra la fertilidad y el regreso de las lluvias.

Meelen estuvo en aquella ocasión solemne, acompañando a su maestro el señor Pech. El niño, que nunca en su vida había visto tantas cosas, estaba lleno de preguntas. Pero tuvo que esperar a que todo terminara para que su maestro le explicara lo que sus ojos habían visto.

-Cuentan los abuelos de los abuelos, en un tiempo del que casi nadie puede acordarse…

Y Meelen oyó por vez primera la historia completa de la dulce Kiwichat, quien desafió a los antiguos Señores de la Lluvia.

Los Señores de la Lluvia se hallaban enojados con los hombres y habían decidido su extermino. Con tal fin, lanzaron rayos sobre la tierra y movieron el mar y las nubes para destruir todo con un terrible huracán.

Pero Kiwichat, una diosa pequeñita y despreciada, se opuso. Ella llamó a todos los árboles y con ayuda de las viejas raíces levantó un gran cerro por sobre las aguas. Ahí se refugiaron los habitantes de aquél mundo y sobrevivieron la fatal embestida.

Kiwichat se convirtió así en la poderosa Señora del Monte.

Los Señores de la Lluvia accedieron a su petición de dejarlos vivir a cambio de ofrendas. La Señora del Monte hizo el cacao de su sangre y la vainilla de sus cabellos. Las abejas que dan miel nacieron de su vientre. Así hizo para que los hombres tuvieran qué ofrendar.

Ella defendería a los hombres de la tierra y sería para siempre la mediadora de la lluvia buena que hace crecer los campos.

-Dicen que aún ahora, oye de lejos las voces de quienes le suplican. Y ella envía auxilio a sus hijos, a los que nunca dejará desamparados. Así lo prometió- afirmó el viejo.

El maestro y el aprendiz colocaron una ofrenda. Meelen pidió a la Señora del Monte por Bolin y Meiik, a quienes extrañaba. Pidió que no padecieran  y que pudiera reunirse los tres de nuevo.