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La Casa de las Bestias

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Rufina-Tomoyo's avatar
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Ese día, la nieta del rey entró a la Casa de las Bestias de Danibaá. En ese lugar se tenía a los animales salvajes que a menudo se entregaban como tributo.  No como fuente de entretenimiento, ni como comida,  sino como ofrendas y mensajeros divinos.

Era un lugar oscuro de olores entremezclados, lleno de chillidos y voces,  antesala de un mundo misterioso que debía ser respetado. Sacerdotes de gran poder, guerreros legendarios y hasta los mismos dioses tomaban a veces la forma de un animal para sus propósitos.

En las jaulas se podían ver coyotes, pumas, cotorras y águilas que serían usados en ceremonias especiales.  Se procuraba tenerlos de forma cómoda hasta el momento de su sacrificio. Muchos lo consideraban un lugar lúgubre y sucio.

Sin embargo, ella entraba porque era el único lugar donde se sentía a gusto y podía olvidar sus miedos. A través de los barrotes de madera, encontraba sus ojos con los de las criaturas que ahí vivían, un poco menos prisioneras que ella misma.

Las guacamayas rojas eran sus favoritas, porque sus plumas rojas le recordaban el fulgor del sol y sus voces semejaban las conversaciones humanas. Criaturas provenientes de un clima tropical, eran celosamente resguardadas en una habitación cuyas puertas estaban bloqueadas con pesadas cuerdas, donde podían volar libremente. Se les alimentaba con gran cuidad para que no enfermaran, y se les procuraba bastante. Aquella dedicación había rendido frutos, pues las aves empezaron a poner huevos y multiplicarse.

La niña primero le dio de comer papilla de fruta a un polluelo, gris y desnudo. Lo acariciaba con delicadeza, asombrada porque era por completo diferente a sus vistosos padres. Ciego y torpe, carecía todavía de la lucidez de aquellos, y no hablaría ni jugaría con la niña. Así que se aburrió y lo dejó en manos de su cuidador.

Entonces, ella vio a los cachorros que una perra gorda y amarilla cuidaba. Algunos de los perritos eran como ella, pero otros eran completamente diferentes. Como los polluelos de guacamaya.  Su piel desnuda y arrugada era de color pizarra.  Tampoco tenían dientes blancos como los otros.  Al parecer, también eran mudos. Le gustaron a primera vista, porque a diferencia del pollo de ave, los cachorros la reconocían y le meneaban la cola de mechones blancuzcos.

-¿Por qué algunos perritos no tienen pelo?- preguntó Flor de Ámbar, embelesada.

-No son perros normales. Son perros monstruosos- le dijo el mismo hombre que había dejado al polluelo de guacamaya en su cajón de adobe.

La niña sabía que los perros eran distintos a todos los demás animales. Ellos siempre estaban vinculados a la gente, siguiéndolos con obediencia; guardianes por excelencia y protectores también. En las noches, a menudo entraban en contacto con un mundo enigmático y secreto.

-Ellos guían a la gente a la Región del Misterio. Y cada anochecer, cuando el Sol cae, también le preparan el camino- siguieron explicándole mientras ella se ponía en rodillas y se acercaba más a los cachorros para juguetear con ellos.

-Los perros monstruosos también son protectores de todo lo anormal; porque todo tiene su sitio en este mundo. Incluso lo torcido y lo extraño es necesario también- dijo él, con cierta malicia.

Aquella mención perturbó a la pequeña.

Ella y su hermano –al que tenía prohibido ver- eran los primeros gemelos de los que se tenía noticia en más de cien años. Ni siquiera los más viejos del País de las Nubes recordaban algo semejante, sólo en las leyendas.

Fueron también los primeros gemelos en nacer con sexos opuestos. Nada igual constaba en los libros más antiguos, ni se había visto  desde que el Sol del Movimiento se hubiese cimentado. Hubo quien pensaba que aquél evento señalaba una gran desgracia, quizá el inicio del fin de la era.  

Otros pensaban que era el anuncio de un comienzo, quizá mejor. Pero los mensajes que encierran los prodigios suelen ser ambiguos. El padre de los niños dejó la decisión en manos de su abuelo, el rey Garra de Jaguar. Y él consultó los oráculos de los granos de maíz, y las voces de uno de aquellos perros monstruo para decidirse.

La niña era mayor y había nacido el día 7 Muerte. Ésta la seguiría siempre: requisito obligado para mantener bajo control un imperio tan extenso como el que detentaba el País de las Nubes, obtenido por la fuerza. Ella podría extenderlo aún más, sembrando el terror en el corazón de los enemigos y su nombre y fama serían recordados para siempre.

Pero ¿y el otro? Era el varón, y en principio un heredero mejor al trono del abuelo. Nació al día siguiente, 8 Venado. La suerte le cambiaría; primero venturosa, desgraciada al final. Su corazón sería dulce, pero de poco ánimo. Lujurioso. Y terminaría su vida de forma dolorosa.

Nada más pudo ver sobre ellos, más pensó que no había mal o peligro. El abuelo decretó que respetaran sus vidas, aunque tendrían que seguir caminos muy distintos. Pues temía que los destinos de ambos, al ser tan cercanos, se entremezclaran. Y no quería que nada, ni siquiera su propio hermano, se interpusiera en el destino glorioso de la niña, a quien le puso nombre. Uno que fuera propio de su condición de nieta de un rey, e hija de un general.

Flor de Ámbar había sido educada con esmero, pues se le había asignado el destino de ser alguien importante y con múltiples responsabilidades. Tenía mucho que aprender. Por eso, desde pequeña la habían llevado a la Casa de las Bestias, para que supiera qué representaba cada animal y a que dios estaba vinculado.

De su hermano, supo poco en dónde estaba, o que su vida era más dura. Pero todos los días pensaba en él, desde que se toparan por casualidad y su madre le relatara el por qué había un niño que se veía exactamente como ella. Y lo quería.

Ella misma le había pedido a su abuelo que le trajeran a su hermano para que jugaran juntos. Al oír esto, el rey montó en cólera por vez primera ante su nieta y le dijo, le ordenó, que no debía verlo. Desde entonces, vagaba triste por el palacio y la colección de animales era lo único que la distraía.

-Un día estaremos juntos- pensó mientras que la curiosidad de los cachorros la devolvía a su presente. Se contentó. Ya no tendría miedo, pues no estaría sola. Sabía que habría quien la protegiera a ella mientras tanto.

-Quiero un perrito que me cuide siempre- dijo Flor de Ámbar mientras dejaba que uno de los cachorros desnudos le lameteara las manos. – Y también a mi hermanito-.
(Story in Spanish)
© 2014 - 2024 Rufina-Tomoyo
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Lily-de-Wakabayashi's avatar
Los presagios suelen ser ambiguos para que la gente los interprete a su gusto, supongo. Ésa costumbre de la humanidad de hacer conexiones donde no la hay :XD:

Órale, no sabía que Florecita y Venadito eran los primeros gemelos en muchos años, por eso nadie sabía qué hacer con ellos. Lástima de Ocho Venado, como ya dijimos, su vida habría sido diferente de haber nacido primero él. Y hubiese sido un mejor rey, tal vez, quizá :XD: