literature

La princesa de la guerra del oeste

Deviation Actions

Rufina-Tomoyo's avatar
Published:
249 Views

Literature Text

-Ven- decía ella con una enorme sonrisa en el rostro. A decir verdad, ni ella misma sabía por qué, pero le encantaba. Desde niña tenía un gran gusto por ese pasatiempo prohibido. Y siempre pensó que su hermano lo disfrutaba, o al menos no le desagradaba.

-Tú debe de verte igual a mí. Para eso te pinté el cabello también- dijo mientras le pasaba su peine una y otra vez, tratando de deshacer los nudos. No era muy hábil, pues ella nunca se peinaba sola, y no quería peinar a nadie más para practicar. Jaloneaba a Ocho Venado tan fuerte que era inevitable que él se moviera, adolorido.

-Antes lo hacíamos todo el tiempo, y no te quejabas- dijo ella, desestimándolo mientras asía el peine a dos manos, arrancándole cabellos hasta que se dio por vencida.

Su hermano gemelo suspiró aliviado. Y le aclaró:

-Antes éramos niños. Y lo hacía porque era la única manera de que pudieras salir a jugar- replicó, más avergonzado que molesto. El dichoso juego tocaba una parte sensible de él, pero no quería ver a su hermana triste.

-Ahora ya no podría hacerlo, hermanito- suspiró. – Hay demasiados ojos curiosos. Y tengo mucho qué hacer.



Cuando llevaron la noticia de la repentina muerte de 1 Movimiento Fuego Naciente, su abuelo estaba ya muy enfermo de tiempo atrás. Aquello acabó con él más que la edad, sintiendo que sus esperanzas de desvanecían con la extinción de su hijo y heredero.  

Sin embargo, el orgullo mantuvo al anciano recto en el trono hasta que no pudo oponerse a su traslado a una cama. Y cuando finalmente murió, hubo que romperle los dedos para sacar de entre ellos el cetro de Danibaá, que era ahora de su nieta.

Habiendo quedado como la única heredera viva, válida y legal de Garra de Ocelote, los poderosos de Danibaá y los antiguos vasallos de su abuelo acordaron entronizarla. La joven reina 7 Muerte Flor de Ámbar había obtenido una corona sembrada de peligros. Le habían dado el poder de un imperio, cuando todavía pasaba sus días jugando con muñecas.

Sin embargo, ella no era para nada la dócil marioneta que los nobles del País de las Nubes esperaban que fuese. Era orgullosa y arrogante como su abuelo lo había sido, más incluso. Y ella estaba dispuesta a gobernar sin auxilio ni consejo, costase lo que costase.

La primera cosa que ordenó como monarca del País de las Nubes fue cumplir un deber que le había quedado pendiente. Obligada; pero era lo único que le podría devolver la tranquilidad y acallar a los que la ponían en entredicho.



Fuego Naciente, el padre de Flor de Ámbar, había muerto en un país lejano del Oeste.  Fue sabido en toda la tierra que lo habían atrapado vivo para torturarlo; tanto odio le tenían. Y que resistió estoicamente hasta su final. Cruel fue su muerte, como cruelmente se condujo.

Flor de Ámbar no sabía nada del lugar en el que ocurrieron los hechos; pero tenía a quién había estado ahí. El principal de todos ellos era el capitán 12 Viento Río, nacido en la propia frontera del País de las Nubes con los dominios extraños, y fiel servidor de su padre.

Él había escoltado y conducido a su hermano, quien se encontraba en la región, de regreso a Danibaá cuando la situación fue crítica. Así sin duda le había salvado la vida a éste, y muy probablemente la propia.

Al propio Río, la noticia de la muerte de Fuego Naciente le llegó de forma intempestiva, como una afrenta a su honor y con dolor verdadero de quien pierde un camarada.

Si bien le había fallado al padre, ahí estaba su hija para limpiar su honra mancillada. Le juró fidelidad eterna, y le prometió que exterminaría a todos los pueblos del Oeste.

Río se encargó de la logística de guerra; Flor de Ámbar le dio toda su confianza.



El capitán Río sabía que el Oeste se encontraba muy fragmentado en pequeños poderes; por lo que era necesaria una cadena de refugios para que una invasión desde el País de las Nubes tuviera éxito. Y los pueblos aledaños tendrían que colaborar en la expedición de castigo, de buen grado o por la fuerza. Una a una, las principales ciudades fueron cayendo o negociaron su rendición.

Primeró cayó el Cerro del Chilar, donde las tropas del País de las Nubes fueron casi sofocadas con el humo de chile que los defensores arrojaban desde lo alto. Pero eran muy pocos y fueron sometidos por la fuerza. Los pocos supervivientes fueron enviados a picar piedra para Flor de Ámbar.

Los atacantes se dirigieron luego al Cerro de los Muertos, donde su ambicioso gobernante vendió a su gente y les permitió el paso a los invasores. De poco le sirvió, pues fue ejecutado meses más tarde, acusado de robar el tributo de la reina.

El Lugar de las Serpientes era la última gran ciudad en el camino hacia el oeste. Dos meses soportó el asedio; pero al final, un ejército auxiliar vino desde el País del Jade y cambió la balanza en favor de los atacantes.

Finalmente las tropas de Río llegaron a Sayollan, donde Fuego Naciente había muerto, y donde debían morir todos los presentes.



Los de Sayollan habían esperado la acometida del País de las Nubes, pero nada los preparó para lo que vino después. Desde el principio, no hubo piedad alguna. Muchas guerras habría después en esta tierra; pero ninguna tan cruel, tan devastadora.

Desde su capital, Flor de Ámbar ordenó que mataran a todos los seres vivos de aquél pueblo, incluyendo los guajolotes y los perros –estos últimos, muy a su pesar-. Talaron incluso los árboles que habían quedado en pie después de los combates.

Con ayuda de sus aliados y  los esclavos que había atrapado quemó lo que hallaron, desmanteló los edificios de piedra y mandó arrojar sal en la tierra para borrar cualquier rastro de su existencia. Así fueron quebrados los de Sayollan, así se olvidó su nombre.

Todo esto se llevó a cabo mientras la nueva reina jugaba a vestir a su hermano como ella en la lejanía de Danibaá su capital.  Con eso, ya estaría en paz interna y quedaría como una buena hija y una reina capaz, aunque el Oeste completo estuviera en ruinas. Sí, lo habían destruido todo en su nombre, pero no importaba.  Ya vendrían colonos del País de las Nubes a sacarle provecho a la tierra arrebatada.



Ocho Venado quiso ir a la guerra. Flor de Ámbar, atendiendo la única petición que le hizo Río, se lo prohibió. Aquello lo hacía sentir intranquilo; pues a diferencia de su hermana, el pasaría por un hijo ingrato.

-Hermanita, reinita mía- le dijo un día al respecto. -¿Tú querías a nuestro padre?

Flor de Ámbar se sentó y se puso a pensar. Le costaba pensar en aquél extraño que la veía dos o tres veces al año como en un verdadero padre.

-La verdad, yo también le tenía miedo- confesó la reina.- Pero aun así era nuestro padre. No podía hacer otra cosa.

La reina abrazó a su hermano, como si temiera que alguien o algo se lo arrebataran otra vez.

-Me sentí inmensamente triste cuando te llevó al oeste y te separó aún más de mí. Pero creo que también fuiste afortunado al poder verlo por última vez.

-¿Te dijo algo antes de que lo mataran?- lo interrogó la reina.

La última vez que lo vio, fue para darle un castigo, y gritarle las cosas más terribles que a un hijo se le pueden decir. Que lo había defraudado siempre, y que lo mejor que podría hacer era morir para que dejara de avergonzarlo.

Le dijo que jamás sería un hombre.

-No- mintió Ocho Venado. –No me dijo nada.
(Story in Spanish)

De esta manera le sucedió a Flor de Ámbar.
© 2015 - 2024 Rufina-Tomoyo
Comments13
Join the community to add your comment. Already a deviant? Log In
Lily-de-Wakabayashi's avatar
¿Como para qué mandó matar a los guajolotes y a los perros? ¿De plano para borrar de la faz de la Tierra a Sayollan? Nomás le faltó echar sal en la tierra...

Si Flor era tan chica cuando heredó, ¿no debió tener a un consejero o a alguien que reinara en su lugar mientras crecía, así como Ana de Austria lo hizo por Luis XIV?