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La sentencia

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Rufina-Tomoyo's avatar
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Dos meses habían pasado desde la caída de la reina del País de las Nubes y su llegada. Lejos, en el sur, se rumoraba que habría otra guerra. No hacía mucho, grandes ejércitos habían salido desde Danibaá, la capital, y habían recorrido todo el camino hasta el mar para imponer orden. Pero ya no más.

Búho Rojo apenas estaba apaciguando los ánimos y forjando alianzas en la región. No tenía aún los recursos –ni las intenciones- para solventar las aventuras bélicas que tan famosa hicieron a su antecesora. Sin embargo, el que decidiera no participar no quería decir que se mantuviera al margen. Debía prevenirse para el futuro, puesto que los fantasmas del pasado no se habían ido.

Durante todo el día habían estado revisando archivos y recogiendo el testimonio de diversos personajes con la asistencia de su nueva escriba. Esperaba captar cada detalle y atar los cabos sueltos en una historia que estaba ocurriendo ahí mismo. No hace falta decir que era una labor agotadora.

Aquella noche, empezó a pensar en todos los relatos que había oído. En cómo las historias podrían permanecer incluso cuando sus narradores ya no fueran sino polvo. Y se le ocurrió algo que no había pensado antes.

-Tórtola, tengo que dictarte algo más- dijo rápidamente a su asistente.

-¿Algo más sobre Danibaá, señor?- dijo algo somnolienta la escriba Tórtola.

-Sí. De la primera vez que estuve aquí.


Iban tres viajeros: Artífice el maestro, Hembra-Coyote la mujer del maestro y Búho Rojo su aprendiz.  Desde el País Bermejo, habían seguido el camino de piedra que, serpenteando entre cerros, terminaba en la capital del País de las Nubes. Eran tiempos de una paz un tanto tensa, pero paz al fin y al cabo.

Artífice y Hembra-Coyote habían hecho el viaje repetidas veces, no así Búho Rojo.  El hombre sólo había oído los rumores de la grandeza de Danibaá: una metrópolis tan grande que ocupaba el valle entero donde se fundara. Cuando la vio por vez primera, la vista de los cerros verdes y la ciudad blanca sobrepasaron su imaginación.

En esos días, multitud de viajeros llegaban diariamente al País de las Nubes. Junto con otros, los tres habían sido invitados a dejar ofrendas y a renovar la alianza con Garra de Ocelote, el monarca que mandaba desde el trono de Danibaá a una multitud de pueblos.

Como representantes del Consejo de la Gran Ciudad del Este y portadores de su voz eran reverenciados; pero también vigilados cuidadosamente. Sin embargo, no hubo objeción abierta a su presencia y se les llevó a las casas donde residían los extranjeros de la ciudad, casi todos comerciantes a los que el destino llevara lejos de sus tierras.

Artífice iba más despreocupado que de costumbre, porque Búho Rojo había aprendido bien y se haría responsable de casi todo. Éste trataba de captar cada detalle en lo que veía y oía, así como de tratar con deferencia a sus pares de la ciudad. En contraste, Hembra-Coyote estaba inusualmente molesta.

-Las ciudades son todas apestosas y malsanas. La gente no debe vivir tan cerca una de otra- farfullaba Hembra-Coyote, cubriendo su nariz embotada y una mueca de desdén con su mano.  En su interior deseaba irse prontamente, añorando los espacios abiertos y despoblados.

Pero sus acompañantes no eran de su opinión. Artífice siempre se había sentido cómodo con la vida urbana. Sobre todo en el barrio donde se alojaban los venidos del País Bermejo. Ahí, las construcciones  se habían hecho a semejanza de la Gran Ciudad del Este. La comida tenía el mismo sabor. Incluso, se hablaba el mismo idioma. El propio Búho Rojo reconoció que se sentía como en casa estando tan lejos de ella.  

Se les ofrecieron unas habitaciones para que pernoctaran durante su estadía. Ahí empezaron a organizarse. Tenían planeado ver al rey, y entregarle regalos que con ellos traían. También harían una visita obligada a los templos más importantes. Y de forma discreta, debían obtener información sobre las fortalezas y debilidades de la  ciudad.

Sin embargo, aquello no sería  como lo planearon.

-Viajeros… las ofrendas tendrán que esperar- les dijo un mensajero nada más llegar.


Búho Rojo había aprendido lo suficiente del lenguaje diplomático para interpretar las leves señas e insinuaciones. Algo había ocurrido. Algo que el mensajero real no revelaría. Sólo dijo de manera rebuscada y elegante que requerían su presencia en la Plaza Mayor de Danibaá en unos días. La reunión con el monarca, por tanto, se difería hasta nuevo aviso.

Hembra-Coyote expresó su fastidio tan pronto el mensajero se fue. Quedarían varados en la ciudad durante tiempo indefinido. Y aquél misterio la había dejado también pensativa.

-¿Será que estamos en guerra otra vez? ¿Otro problema de límites?- susurró Búho Rojo para no atraer oídos indiscretos.

-En tal caso, sí que lo sabríamos- dijo Artífice. – Nos hubieran enviado para parlamentar o bien ya seríamos carne de sacrificio. Garra de Ocelote podrá ser voraz, pero ha jurado la paz por todos sus dioses desde la última vez.  

-No es que lo detuviera mucho- sopesó Hembra-Coyote. –Por algo los Cinco Señores del Consejo nos enviaron a espiar la ciudad. –No confían en él.

En su interior, Búho Rojo pensaba que tanto el monarca Garra de Ocelote como los del Consejo de la Gran Ciudad del Este eran canallas hechos a la misma medida, capaces de enviar a la muerte a toda una aldea por unos puños de tierra o una cuenta de jade.

-De cualquier modo, no nos han restringido, ni arrestado- observó.

-No creo que tenga que ver con el País Bermejo. Pero puede ser algo importante. Tenemos qué averiguar qué pasará- señaló Artífice.- Por favor…

Hembra-Coyote suspiró. La pareja había tenido el mismo diálogo tantas veces, y otras tantas aplicado la misma estratagema que se coordinaron perfectamente. Búho Rojo no entendió lo que pasaba hasta mucho después. En esa relación había algo de profundo que jamás comprendió del todo.

–Te lo encargo mucho- le dijo Artífice a Hembra-Coyote. Por más que lo supiera, no dejaba de tener esa galantería para con ella.

-Está bien- dijo Hembra-Coyote. Con algo que hacer, se sobrepondría a su malestar. Salió de prisa, casi huyendo, con rumbo que sólo ella y Artífice conocían.

-Búho Rojo, vienes conmigo. Quiero que conozcas a unas personas. Haremos algunas preguntas.

Salieron los dos discretamente hacia las casa de viejos conocidos de Artífice.  Entre presentaciones, averiguaron que mensajes semejantes les habían sido enviados a todos los mercaderes y viajeros. También muchos vasallos personales de Garra de Ocelote, habían sido convidados a lo que venía. Un evento al que nobles y pueblo asistirían por igual.

Mientras esto ocurría, Hembra-Coyote llegaba al mercado de Danibaá. Ahí, se hizo ovillo y se cubrió con una tela de arpillera que encontró. Permaneció quieta, como si hubiese sido una carga de chiles o una cesta de maíz. Sin llamar la atención, su fino oído le permitió encontrar los rumores que los tres buscaban.


-Hoy habrá muerte aquí- dijo secamente Hembra-Coyote cuando se reunieron los tres en sus aposentos.- Una muerte no esperada.

-Tienes razón- le confirmó Artífice, quien había hablado con sus contactos locales. -Parece ser que habrá una ejecución pública. Una fastuosa. Pero creo que se reservan los nombres bastante bien. Podría ser cualquiera- dijo con negra ironía.

-No seremos nosotros- dijo Hembra Coyote, segurísima.- Sería muy torpe y peligroso.

-Somos representantes de muchos lugares. Aún el País de las Nubes no puede permitirse una guerra contra todos sus vecinos a la vez- la apoyó Búho Rojo.

-Dicen que ha tenido problemas con el Señor del País del Jade. Pero tienen razón; si quería una declaración de guerra, pudo haberla obtenido más fácilmente- reflexionaba Artífice.

-Oí que no es guerra lo que busca, sino algo más personal… - canturreó Hembra-Coyote, como solía hacer cuando estaba divertida.

-Una ejecución, entonces…- pensó en voz alta Búho Rojo.

-Que sería pública. Generalmente se ajusticia así a los criminales del pueblo. Pero  creo que se han tomado muchas molestias. Convocaron a todos los representantes diplomáticos que pudieron encontrar. Es una fiesta, prácticamente- pensó Artífice.

-Un mensaje nada sutil- dijo Búho Rojo.

-Se dijeron muchas cosas hoy en el mercado- continuó Hembra-Coyote.- Pero oí las palabras nuera del  rey

-Ejecución de una mujer. Claro. Eso explica todo…- malpensó Artífice.

-¡También las mujeres podemos robar y matar! No nomás eso- dijo Hembra-Coyote, un tanto ofendida.

- ¿Sugieres un complot fallido en contra del Garra de Ocelote? Si hubiera sido así, no se tomarían las cosas tan relajadamente- respondió Artífice.

-No haría mucha diferencia. De todas maneras, va a morir- concluyó ella.

-Eso explicaría por qué la gente está inquieta y todo es un secreto a voces. No todos los días se mata a una reina.- razonó Artífice.

-Debe ser algo prodigioso- respondió Búho Rojo.

-La sangre de una reina corre igual que la de una mujer común – dijo con una especie de risa ronca Hembra-Coyote.- Así ha sido. Así será siempre.


Llegó el día señalado para la reunión de la multitud de la plaza principal de Danibaá. Se habían reunido los visitantes de todos los países conocidos y el pueblo en general. Entre empujones y ruido, sobresalía la plataforma del templo que habían dedicado al Sol y a la Luna.

Los tres vieron la ejecución de la que era entonces nuera del rey de Danibaá. Su crimen había sido el adulterio, juzgado en su caso como alta traición. La acompañarían en su suplicio el amante y los que encubrieron aquél amor prohibido.

La ajusticiada dejaba viudo al hijo del rey y huérfana a una hija pequeña.

Búho Rojo había visto ya la muerte, pero aun así no pudo sino sentir un poco de pena por la mujer. Con todo y que ella era miembro de la clase explotadora y corrupta que habían hecho del mundo un lugar más terrible.  

Se preguntó qué clase de vida había llevado, entre lujos y comodidades. Y qué había hecho que dejara todo aquello, arriesgando para perder todo al final. Así pensaba sin percatarse que la respuesta la tenía ante sus ojos.

-Qué puedo decir. Tenías razón- le dijo Hembra-Coyote a Artífice cuando todo acabó.

-Pero tú también. Una mujer no necesariamente es mejor que un hombre – reflexionó él.

-Aunque a la mujer se le juzga más severamente- afirmó Hembra-Coyote.

–Eso es tan real como triste. No conozco al hombre que haya pagado la infidelidad con su vida.

-Tú podrías ser el primero- rio Hembra-Coyote.

-Lo sé- le dijo Artífice con una sonrisa en el rostro.

Se fueron los dos tomados de las manos, deseosos de retirarse pronto.


Después de ese evento, los tres cumplieron con los cometidos que se les habían encargado. Cuando fueron al encuentro del rey Garra de Ocelote en su palacio,  todos actuaron como si nada hubiera pasado.

Era el monarca un hombre ya maduro, pero imponente en la vejez. La dureza de su ser contrastaba con el lujo que lo rodeaba en su palacio y su ciudad.  Su fama lo precedía: en cuarenta años había transformado a Danibaá  de una ciudad entre tantas en el centro del mundo conocido.

Los tres se inclinaron ante Garra de Ocelote en su trono de piedra verde y luego procedieron a la entrega. El rey recibió un hermoso cuchillo de vidrio volcánico y unas joyas talladas en concha de abulón.  La aceptación de los regalos significaba que el País de las Nubes y el País Bermejo estarían en paz por un tiempo.

Durante la ceremonia, Búho Rojo alcanzó a ver a una niña llorando en un rincón del salón del trono. La misma que había estado en primera fila el día de la ejecución.

Tan pronto como pudieron, emprendieron el viaje de regreso. Nadie dijo una palabra hasta que divisaron los cerros secos del País Bermejo.

A partir de ahí, Búho Rojo y sus antiguos maestros se separaron. Hembra-Coyote ansió más que nunca volver al norte infinito donde vio la luz y Artífice no deseó separarse de ella.

Dieciséis años más tarde, volvería a ocurrir algo semejante en Danibaá. Pero esta vez, Búho Rojo había conducido personalmente los acontecimientos.
(Story in Spanish)

De esta manera le aconteció a Búho Rojo.
© 2014 - 2024 Rufina-Tomoyo
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Lily-de-Wakabayashi's avatar
Lo primero que me pregunté fue a quién se iban a ajusticiar. Gracias a un lapsus estupidus pensé en Pluma de Quetzal hasta que recapacité que Garra de Ocelote era el rey, así que esto resultaba imposible. Mi segunda opción fue la acertada.

Lo segundo que pensé fue que hubiese sido ciertamente cómico e imprevisto que se hubiesen llevado a Hembra-Coyote confundiéndola con una carga de chiles :rofl:.

Lo tercero que pensé fue que la sangre de Flor de Ámbar, a pesar de creerse diosa, corrió como la de una mujer normal.

Y por último, Búho Rojo sí que es bastante viejo si estuvo presente cuando mataron a la mamá de la Florecita. Me acordé de esa historia alterna en donde la repudiada era Flor de Ámbar y Ocho Venado era el rey, en donde a ella la iban a casar con Búho Rojo. Dios... Pobrecita.