Plicopurpura

Lejos, en el sur, hay una costa rocosa y salobre donde los pájaros cantan en las marañas. En los islotes deshabitados en pequeñas grietas vive un pequeño caracol. Los hombres lo buscan porque al sentirse agredido lanza un chorro de un líquido que al contacto con el aire tiñe de un violeta tan intenso e inigualable que desde muy antiguo ha sido apreciado entre los reyes y sacerdotes.

Los habitantes de la costa descubrieron cómo obtener el color del animal sin matarlo, y viven de vender las madejas de algodón teñidas con el hermoso púrpura. Sus mujeres hilan hermosos enredos con ellos y a veces los visten; pero casi todos se van a Danibaa, y muchos tienen dueño incluso antes de ser elaborados.

Hace tiempo, algunos náufragos de tierras lejanas se mezclaron entre los tintoreros de púrpura, sin que ellos mismos supieran cómo llegaron a Ixachillan. Adoptaron la lengua de sus huéspedes, pero conservaron cantos de otras tierras que a menudo cantaban, marcando el ritmo con los pies.

Otros recién llegados fueron menos amables. En particular el clan de la Araña que buscaba el hilo maravilloso de púrpura envió hace tiempo a gente de guerra a tomar por la fuerza el tesoro de la costa. Venidos de tierras frías, no acostumbrados a luchar en la maleza, fueron vencidos y algunos tomados prisioneros.

Muchos de entre ellos regresaron, pero otros se quedaron a vivir junto al mar, adoptando como propio a un pueblo que sabía ser generoso a su manera.