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Rufina-Tomoyo's avatar
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La familia de su último paciente, en agradecimiento por los servicios prestados, había enviado comida al señor Pech. Simples panecillos de maíz, pero entregados con enorme gratitud. Él era curandero, oficiante y hombre sagrado.

-Por alguna razón, la gente humilde siempre es la que paga mejor- reflexionaba Meelen, aprendiz del primero.

El señor Pech en esa ocasión le cedió a su alumno su parte. No comería ese día, ni el siguiente. Estaba de ayuno.

-Para algunas ocasiones, el cuerpo debe estar muy limpio- fue su razón.

Era verdad. Algunos rituales exigían una abstinencia previa en todos los sentidos. La vida de estos hombres sagrados podía ser entonces no muy diferente a la de sus vecinos, si así lo escogían; pero muchos de los más afamados y poderosos abandonaban todo y seguían en apariencia una vida errante, solitaria y ascética, como el señor Pech.

-Tal vez viva así el resto de mi vida- especulaba el joven aprendiz. Le agradaba la idea. Viajar, ver el mundo y a las personas que en él habitaban. Y con él llevaría a su hermana, que extrañaba tanto.

El maestro de Meelen tenía más de cincuenta años y había visto muchas cosas. Pero pocas veces hablaba de ellas y en general conversaba poco. Por lo regular, se limitaba a corregir a Meelen o a explicarle brevemente algunos detalles del oficio. Muchas cosas las tuvo que averiguar él solo, observando al señor Pech, uno de los más renombrados oficiantes desde el País de las Nubes hasta el mar.

Decían de él que era un auténtico santo. El señor Pech reconocía, sin embargo, sus debilidades y flaquezas. Porque en ese mundo antiguo hasta los dioses podían caer, cuanto más sus enviados.

Muy de vez en cuando, si no había necesidad de ayuno, Meelen le traía licor de maíz a su maestro. Él apuraba aquél líquido espeso y oloroso para evocar las épocas más felices de su vida. Meelen tenía prohibido por la tradición hacer lo mismo, y a menudo lo envidiaba. Él también quería volver a tiempos mejores y más alegres.

Durante sus borracheras, el señor Pech recordaba entonces sus andanzas por los caminos, cuando era joven. Tan alegre estaba a veces que le daba por cantar y bailar como lo había hecho antes de tener las piernas secas, el cabello blanco y la espalda encorvada. Se olvidaba así de los dolores que se habían asentado en sus huesos y las tristezas de toda una vida.

Cuando se cansaba de ese trajín, se ponía después a hablar y a hablar como no lo hacía sobrio. Conversaba con el que le oyera –Meelen, casi siempre- sobre todo de las muchas mujeres que había conocido en sus viajes. Que lo que más le gustaba era besarlas en la boca, sintiendo el hálito de sus vidas, su esencia, respirando el mismo aire y disfrutando su dulzura.

Meelen era joven e inocente, y únicamente había besado las mejillas de su tía y de su hermana, por lo que la retahíla del viejo nada le decía y asentía sin comprenderlo del todo. Quizá no era tan malo como había creído hasta entonces. Tal vez debía a aprender a balancear lo profano con el oficio.

-Pero ahora sólo beso el borde de esta jarra- suspiraba por fin el viejo. -Y los cigarros, cuando los hay-. Y seguía relatando hazañas cada vez más fantásticas hasta que el sueño empezaba a vencerlo. Meelen lo llevaba entonces con cuidado a la hamaca para que no se lastimara.

En una de esas ocasiones, lleno de curiosidad Meelen le preguntó que si tuvo alguna vez esposa.

-No. ¿Para qué hubiera hecho infeliz a una si pude hacer felices a muchas?- fue la respuesta del señor Pech, antes de dormirse.

Alguna vez la tía de Meelen le habló de su abuelo del muchacho, que se dedicaba a seducir mujeres y terminó ahorcado por lo mismo. Si fue real el hecho, o era una advertencia disfrazada, Meelen jamás supo.
(Story in Spanish)
© 2013 - 2024 Rufina-Tomoyo
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crazy-aika's avatar
No se por que pero cuando leo estas historias siento que me relajó mucho pero son muy interesantes!