Rufina-Tomoyo

Era un lugar pequeño, oscuro y con un leve aroma a humedad. Aquella condición lastimosa era disimulada por el lujo que había en su amueblado. Pieles de foca y tapices de lana de cerdo cubrían los tablones curvos del casco de la nave. Al otro extremo, un armario de madera lacada resguardaba celosamente las vitales cartas de navegación y pequeños pero valiosos tesoros. Sin duda, lo mejor de cuanto había obtenido en sus muchos viajes. Entre todas, la pieza de más calidad era una linterna que tomó inmediatamente. -¿No te gusta? – le preguntó sin esperar recibir una respuesta. Ella no